Serie: El tiempo inaprehensible y condensado

Uno de los temas fotográficos que desde siempre me ha atraído son sillas, bancas y espacios dispuestos específicamente para sentarse a dejar pasar el tiempo. A veces los fotografío con gente ocupándolos, pero me atrae particularmente la atención fotografiarlos en un contexto de desolación, sin señales de vida humana. Son fotografías fáciles. No hay personas a las que haya que pedirles permiso ni “cazarlas” furtivamente en un momento significativo, ni esperar a que una confluencia de azares cree una situación interesante. El tema fotográfico está inmóvil, y casi siempre he contado con el tiempo suficiente para hacer todas las tomas deseadas. Sin embargo, en 15 años no he perdido el interés en hacerlas. En estos días que he hecho una recopilación de estas fotos empiezo a ser consciente de algunas de las razones de mi fascinación por estas escenas. En primer lugar, la ausencia de cuerpos y rostros concretos me permite incluir simbólicamente en la fotografía a todas aquellas personas que han dejado pasar el tiempo en esos espacios y a todas las que lo harán en un futuro: la ausencia, en un contexto en el que se espera presencia humana, funge como representante de toda la humanidad. Además, la ausencia le confiere al espacio un aura intemporal. Tienen una vida finita, porque fueron dispuestos de manera voluntaria y en algún momento no existirán más, pero sus límites tanto hacia el pasado o hacia el futuro son difusos, ya que estos espacios fueron creados para permanecer ahí un tiempo indefinido, sean usados o no. Una banca en un parque no va a ser removida, aunque no se siente nadie en mucho tiempo, y tampoco se toma ninguna medida para hacerla más útil o atractiva. Al contrario que una casa abandonada, la cual se piensa en remodelarla o destruirla, los espacios de descanso permanecen ahí, al margen de su uso y de su condición física. Su creación lleva implícita su olvido. Por esto, sin importar que sean de construcción reciente o manifiesten un evidente abandono, que sean inamovibles o se trate de una silla que puede ser desplazada en cualquier momento, la sensación de temporalidad diluida que me transmiten es para siempre la misma. Pero estos espacios me comunican otra dimensión temporal: la del tiempo acumulado de las personas que los han habitado. Así como Saer, amparado en una licencia poética, afirma que las personas al momento de fallecer visualizan toda su vida, condensando en pocos segundos por igual veinte que ochenta años, un golpe de vista a estos espacios de descanso nos revela, también poéticamente, el tiempo acumulado que han dejado sus ocupantes. Un tiempo encapsulado que puede desplegarse de nuevo hacia lo infinito al hacer un ejercicio mental e imaginar las posibles historias que ese espacio ha sido testigo. Sin embargo, ninguna emoción vivida por sus ocupantes parece impregnar de manera permanente estos espacios. Así sea que éste haya sido testigo unos segundos antes de una historia vívida y emotiva, al dejar de ser habitado inevitablemente se vuelve a sumergir en ese tiempo inaprehensible y condensado a la vez, dejando sensaciones de tristeza, nostalgia y decadencia.