En su mirada

Esteban Romero De la Serna

Imagen,

vida tras la imagen,

historia tras la imagen,

historia que desconocemos,

que nos impele a mirar,

a mirarla, a mirarlas.

Ver una imagen es un encuentro, un encuentro entre mundos. Un encuentro en la mirada, la suya –aquellos ojos tras la imagen– y la nuestra. Un encuentro con una realidad externa a nosotros, con vidas e historias que desconocemos.

Experiencias humanas asoman en las imágenes, experiencias que se proyectan fuera de la vida que les dio origen; la vida retratada – la vida proyectada. Experiencias propias y completamente ajenas a la vez. Y más allá de lo que podamos comprender (o no), experiencias que potencialmente tocamos; ellas a nosotros – nosotros a ellas.

Un encuentro es una confrontación, una confrontación es un reencuentro. ¿Qué es para nosotros el otro, la otra, aquel o aquella cuya imagen fue capturada en una fotografía, a través de la cual nos relacionamos? ¿Ese encuentro, ocurre sólo para quien observa las fotografías, o también lo es para quienes se muestran en ellas? ¿Qué somos nosotros para ellas, para esas personas, esas vidas, esas historias, esas experiencias?

Este libro es un encuentro. Uno que ocurre dentro del campo de posibilidades que convoca la palabra “mujer”. Espacio en potencia infinito, que momentáneamente adopta una forma mediante las imágenes que revela Romero, las cuales constituyen una configuración de experiencias personalmente elegidas, resultado de su interacción con una realidad que lo interpela. El fotógrafo plasma el resultado de su vivencia al tiempo que brinda un espacio para el intercambio de miradas.

Si bien el libro es un resultado concreto, tanto los procesos que le dieron origen como aquellos que puede detonar tienen una cualidad distinta. Por ello quiero hablar sobre el proceso y la experiencia fotográfica de Germán, para quien ésta se ha vuelto un acto fundamental de su estar en el mundo.

Germán destina espacios para sumergirse en la experiencia fotográfica, que en muchas ocasiones consisten en viajes. Son momentos para compartir con sus más allegados y profundizar en su arte; momentos para presenciar el flujo y asombrarse ante la belleza que el encuentro le muestra; momentos para cultivar lo esencial de la vida; momentos impregnados de la cualidad del espacio-tiempo sagrado. En este, paso a paso, recorre el territorio, coloca su intención en tocar y ser tocado por la realidad que le rodea, toma el tiempo necesario para reconocer los pequeños instantes en donde asoma la esencia. De ese lugar deviene su fotografía.

Esta forma de dirigirse tiene un efecto en el trabajo. Sutilmente, el libro es receptáculo de algo más que la intención del fotógrafo; algo hay de una intencionalidad de las realidades con las cuales interactúa. Y precisamente, es esto lo que cautivó mi atención al conocer el proyecto. Posiblemente, también es el motivo por el cual Germán, mi padre me invitó a escribir este texto. Y para plasmarlo en palabras, me corresponde hablar de Shakti, Aquella cuya presencia todo lo permea, Aquella que se manifiesta en lo tangible y lleva a lo intangible.

Shakti se remonta milenios atrás a los orígenes del Shaivismo de Cachemira, India. Es el principio dinámico del universo. Shakti crea, mantiene y destruye los fenómenos, los cuales son ella misma, su cuerpo y esencia. Shakti es el océano, es el viento, es la tierra, es el mundo; es todo lo que en nuestra experiencia denota movimiento, nuestros cuerpos, procesos, pensamientos, sensaciones, emociones. Shakti es energía en todas sus posibilidades de expresión.

Ella existe inseparable de su contraparte, el principio de consciencia y auto-reconocimiento, Shiva, quien no se aprecia directamente en los fenómenos, sino en el acto de darse cuenta de ellos, de ser consciente de cuanto nos rodea. Como consciencia, Shiva no es exclusivo de ningún ser. Al igual que Shakti, es un aspecto inherente a la creación. Así, energía y conciencia son dos cualidades que impregnan todo cuanto existe.

Si bien Shiva y Shakti están presentes en todo, hay circunstancias en las cuales se puede apreciar más la presencia de uno u otro. Por ejemplo, un meditador en trance profundo enfatiza la experiencia de Shiva, y una música que suena en el espacio manifiesta con mayor fuerza el aspecto de Shakti. No obstante, ambos están siempre presentes. Es necesario resaltar que Shiva y Shakti no sólo son interdependientes, sino que su encuentro se torna en danza y esta danza es un camino de realización espiritual.

Hay una metáfora: Se dice que Shiva duerme profundamente y, para despertarlo, Shakti comienza a bailar a su alrededor. Su danza se vuelve tan impetuosa que Shiva despierta, reconoce a Shakti, y, al hacerlo, se reconoce a sí mismo. Poco a poco, cautivado ante su belleza, Shiva aprende a bailar junto a Shakti, aprende a reconocer su propia esencia. Esta metáfora indica un posible camino hacia la realización del Ser, cuya fuerza motora es el reconocimiento de la belleza intrínseca en la existencia.

Hay una última pieza por nombrar en este breve recorrido por el Shaivismo de Cachemira, y es que, llegando a la realidad humana, la mujer es un receptáculo más completo del aspecto de Shakti. Es más capaz que el hombre de percibir, recibir y contener la energía espiritual, y con ello, más capaz de reconocer su propia esencia. El hombre, al no tener esto, debe formular otros caminos. Uno de ellos es reconocer a Shakti en todo ente femenino y maravillarse ante su presencia. Y es que el asombro ante Shakti abre la experiencia de devoción, o Bhakti, y en ella se abre una puerta al reconocimiento del Ser.

Quizás la única aclaración a hacer es que en este caso la belleza no se refiere a un estereotipo de lo que es o debería ser bello. Se trata de una cualidad intrínseca de la existencia: se refiere a la belleza inherente a la esencia de todo aquello que es, más allá de los parámetros, estructuras y limitaciones culturales. La invitación que nos extiende Germán es entonces a reconocer y honrar esta virtud en todas las expresiones del ser mujer, más allá de cualquier dispositivo que busque encerrar la presencia femenina en estereotipos o modelos rígidos de realidad.

En este libro hay un asombro por la presencia femenina y un intento por captar las múltiples posibilidades que convoca la palabra “mujer”. Dentro de ese intento veo una provocación, una proposición: dejar que las vidas nos toquen. Mirar todo aquello que interpela lo femenino y el efecto que eso tiene en nosotros; permitir la confrontación. Quizás la invitación es más profunda, a reconocer la belleza ahí donde no ha sido reconocida, en los no-ideales del ser mujer, y de reconocernos como parte de esa realidad. Más que una obra, el libro es una puerta, una posibilidad. La posibilidad del contacto humano.

Ahora bien, en cuanto a los temas que surcan las fotografías, podría dejar la lectura completamente abierta. Sin embargo, sé que entre éstos, algunos interpelan a Germán de manera especial: las etapas de vida, las luchas por la equidad de género y la diversidad sexual, la realidad indígena, el ceremonial, la vejez, la pobreza y la muerte. No obstante, recuerdo que la persona que mira tiene siempre la posibilidad de encontrar algo nuevo, aquello que en su experiencia se encuentre en y con la imagen.

Las etapas de vida se muestran desde la infancia hasta la vejez, pasando por la niñez, la adolescencia, la adultez y todos los matices intermedios. No hay un orden secuencial, pues no es un trabajo sobre etapas biológicas. Sin embargo, hay un interés por mostrar las posibilidades de experiencia que conllevan las edades de las personas, buscando un balance para no sobreenfatizar una u otra posibilidad.

El ceremonial forma parte de la obra. Festividades, en ocasiones irreconocibles excepto para quien las haya presenciado, son motivo del origen y contexto de las fotografías. No obstante, estas no parecen interesarse particularmente por el contenido de su situación, sino por el instante mismo, la imagen misma, la persona misma. De aquel (el ceremonial) permanece el aroma, que impregna cada una de las imágenes a las que dio vida.

Difícil es ignorar la presencia de lo indígena, aunque quizás esta palabra sólo sirve como punto de entrada, pues la misma conlleva un juicio, una distinción entre lo indígena y lo no-indígena, una idea que tiende distancia, no contacto. Al final, ¿quién es indígena, quién no lo es?, y ¿quién tiene la posición para afirmar una u otra? La discusión no tiene fin, en el terreno de este trabajo sólo corresponde situar la pregunta. Incluso, es posible que el sentido de separación que implica hablar de lo indígena quede atrás al encontrarnos con las imágenes, donde sólo hay personas.

Pero, si se opta por una mirada desde la palabra indígena, hay que hablar de una dignificación de esta realidad. Las fotografías no muestran situaciones explícitas de lucha social en torno a las cuestiones indígenas –desde donde se sitúan algunas de sus reivindicaciones–, sino escenas ordinarias, lo que las coloca en una posición de resistencia sutil. En una de tantas posibles lecturas, hay una reafirmación de la vida humana en su cotidianidad más allá de cualquier diferenciación étnica, cultural y política.

La lucha feminista y de la diversidad es posiblemente el tema más punzante del trabajo. Con muy pocas fotografías el autor rasga un lienzo, revelando mundos contradictorios a la noción hegemónica de normalidad. Son estas realidades que insisten constantemente en su presencia, que nos recuerdan que están ahí y seguirán estando, las miremos o no. Así mismo, estos procesos cuestionan el sentido del trabajo. ¿En qué forma se entiende “ser mujer” hoy en día? ¿Qué espectro de posibilidades abarca aquello asociado con lo femenino? ¿Dónde están las fronteras entre la mujer y la no-mujer? ¿A quién le corresponde hablar de ello?

En un matiz diferente, el agua conforma un eje que suaviza la obra, mas no le resta profundidad. Es el único elemento de los paisajes que lejos de desvanecerse para otorgar preponderancia a las personas toma un papel activo. Los cuerpos de agua juegan con sus interlocutores humanos, brindando  profunda vitalidad a las imágenes. También hay que decir que el agua tiene una relación con la vida y obra musical de Germán. Es un elemento que constantemente reconoce, un misterioso manantial de sentimientos, reflexiones y creaciones.

Finalmente, aunque no como temas recurrentes, asoman la vejez, la pobreza y la muerte. Ante ellas, quedo mudo. Las imágenes muestran sin adorno o máscara a personas y momentos. Nos ofrecen escenas ante las cuales volteamos la mirada al encontrarlas en las calles. En el fondo tememos lo que nos mueve: una realidad que también es nuestra. Pero, si el observador lo permite, si logra mirar, confrontarse y llegar a ver sin juicio estas escenas y, por supuesto, a sí mismo, el contacto con esta realidad se vuelve un acto dignificante de la condición humana.

¿Podrían ser otras fotografías, otros temas que surquen las imágenes y mantener su misma esencia la obra? Posiblemente sí, pero aquí entra en juego la preferencia del fotógrafo. El trabajo surge de un diálogo espontáneo con la experiencia, en donde cada detalle muestra su forma de maravillarse ante Aquella difícil de nombrar. Ella es el eje que articula los contenidos son sus posibilidades. La obra plasma la individualidad de Germán, le corresponde a quien mira sumar su experiencia.

Ellas nos consienten y nos destrozan. Ella, que se muestra en una y mil caras, nos recuerda de su eterna presencia. Ahí está, en la niña, en la mujer, en la anciana; en todas las edades. Sus edades. En la vida y en la muerte, en la gloria y en la miseria, en ropas de fiesta y en andrajos, en la felicidad y en la amargura, en la victoria y en la derrota, en la presencia y en la ausencia. Nos pide, nos demanda que miremos, que miremos de frente su rostro, que confrontemos nuestras creencias sobre ella, sobre nosotros mismos, sobre la vida. Ella confronta, pero también sostiene. Mirarla nos da el valor para andar su terrorífico sendero, aquel de la eterna muerte, de la eterna vida. Mirarla nos recuerda aquello que hemos olvidado, que hemos ocultado, tapado, desdeñado. Nos invita a tocarlo y a recordar quienes somos. Tan cotidiana y trascendente es su presencia.